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LA HISTORIA INTERMINABLE
Sobre la importancia de la ficción


«[…] y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende».
La vida es sueño, Pedro Calderón de la Barca


(Originalmente publicado en VEIN #15, mayo 2021)


Son muchas las lecturas que se pueden extraer de la novela de Michael Ende, tantas como historias contiene. Publicada por primera vez en 1979, La historia interminable cuenta la evolución espiritual de Bastian Baltasar Bux; de como un niño gordito y solitario carne de bullying, termina convirtiéndose en el niño libre y creador que imaginó Friedrich Nietzsche. Todo ello gracias a la ayuda de un libro de título homónimo que roba a un librero cascarrabias y a la infinidad de mágicos y diversos personajes que en él encuentra.

Acusado de escapista por los críticos alemanes de la época, a través de su obra Ende proponía utilizar la fantasía como herramienta y medicina, como un volver a nuestra esencia. Aunque entretenida y comercial, su obra dista mucho de esa literatura de evasión que menospreciaban sus opositores. Por ello, La historia interminable está más cerca del Siddhartha de Hermann Hesse que de la típica novela de aventuras.

No en balde Ende llamó Gran Búsqueda a la misión de Atreyu, el joven cazador de la tribu de los Pieles Verdes escogido por la Emperatriz Infantil, soberana de Fantasía, para encontrar la cura que detenga a la Nada, la enfermedad que padece y que amenaza con destruir su mundo. Dicha misión le lleva a encontrarse con Bastian al otro lado de un espejo; él será el salvador del reino, el elegido para dar un nuevo nombre a «La Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados».

Llevada al cine por Wolfgang Petersen y estrenada en 1984, la película, esta vez sí, resultó ser un vistoso aunque vacío pasatiempo, a pesar de que muchos -entre los que me encuentro- la recordemos con cariño. Mientras que en el libro Bastian salva Fantasía y la vuelve a crear a través de sus deseos, en pantalla se queda más bien corto.

Una ficción interminable

Para los hispano parlantes la historia puede ser histórica, fantástica o directamente una mentira, ya que no disponemos de dos palabras -como sí lo hace la lengua inglesa- para diferenciar sus distintos significados. Esa borrosa linea que divide y limita la semántica se desdibuja aún más gracias a ciertas corrientes espirituales y filosóficas que definen la realidad como una ilusión, una sombra, una ficción; derribando de ese modo las fronteras que separan history de story.

Si observamos el mundo desde un punto de vista advaita ¿Qué conclusiones podemos sacar de, por ejemplo, el estado en el que nos encontramos actualmente? ¿A qué Nada nos enfrentamos? Cambio climático, Covid-19, campos de refugiados, nacionalismos, fanatismo religioso; diferentes versiones de una misma nada. La naturaleza nos ha encerrado en nuestras casas, castigados, para que meditemos en lo que hemos hecho, en el mundo que hemos fabricado. Ya que esto no era así cuando llegamos. Catalunya no brotó de la tierra ni floreció en un árbol. Esa fantasía identitaria que tanto defienden los separatistas nos la hemos inventado como todo lo demás. Este es nuestro Frankenstein y está fuera de control. 

Y es que fabricar y crear no son la misma cosa. La creación nace del deseo honesto e inspirado; del amor. Todo lo demás no es más que una mera fabricación contra natura. Y pensamos que ese monstruo que hemos engendrado con nuestros deseos más retorcidos va a destruir la naturaleza, cuando es ella la que nos va a sobrevivir. Estamos atrapados en nuestra propia invención y aún no nos hemos dado cuenta. Hemos olvidado de dónde venimos, al igual que el protagonista de la novela tras ser investido con el Áuryn.

Ese estado de amnesia en el que nos encontramos es el idóneo para que el ego tome el control. En el libro es Xayide -la maga que habita en La Mano Vidente- quien guía a Bastian a través de sus distorsionados deseos hacia la perdición. En nuestro mundo Xayide no tiene cuerpo ni ojos verdes y rojos, es simplemente la voz que desasosiega nuestra mente, la que nos atormenta desfigurando nuestra percepción. Es a este siniestro guía a quien le cedemos todo nuestro poder, lamentablemente, hasta que se desata una fuerza mayor que nos hace salir del letargo, aunque solo sea por unos segundos. Un milagro.

Bastian salva Fantasía dándole un nuevo nombre a La Emperatriz Infantil, aunque ella en realidad es innombrable, no existe denominación que la abarque. Ya que cuando le damos nombre a algo estamos haciendo que exista y, al mismo tiempo, estamos delimitando su existir. De ahí la necesidad de renombrar, para dar nueva vida ¿Y qué debemos renombrar nosotros?

Para encontrar la respuesta, vamos a tener que salir de La Ciudad de los Antiguos Emperadores, atravesar el Mar de Niebla, volver a ser niños en La Casa del Cambio, descender al punto más oscuro de La Mina de las Imágenes y beber de Las Aguas de la Vida para encontrar de nuevo nuestra Verdadera Voluntad, auténtica unidad de destino en lo universal. Una vez hayamos encontrado nuestro propósito, quizá ya no deseemos salvar Fantasía, donde todo ya ha sucedido y a la vez nunca lo ha hecho, sino volver a nuestro verdadero hogar, allí donde todo es perfecta unidad.

Quizá sea esta crisis total en la que nos encontramos el momento idóneo para valorar cómo estamos tratando no solo a la naturaleza, sino también a la cultura y al arte: consumiéndolas con glotonería, exigiéndoles una gratuidad insostenible, no dedicándoles el espacio y el tiempo que merecen o condenándolas a ser mero circo para la plebe; una distracción sin más.

La ficción -en todas sus vertientes- es imprescindible para la evolución de la humanidad porque nos hace tomar conciencia de nosotros mismos como observadores. Necesitamos simular la realidad para poder comprenderla, sin juicios ni justificaciones. Nos ayuda a ver el cuadro completo, con perspectiva, entendiendo que cada una de las partes implicadas tiene un papel fundamental en la historia; facilitando el verdadero perdón, ese que deshace los errores cometidos sin condescendencia. Nos permite, al igual que a Bastian, dar un nuevo significado al amor, que no es otro que el que siempre tuvo y olvidamos.