Mark

EL ARTE DE VIVIR
Sobre la importancia de la creatividad en la salud mental


«The greatest art is the art of living, not the paintings, the sculptures, the poems, and marvelous literature. That has a certain place, but to find out for oneself the art of living, that's the greatest art; surpasses any role in life».
Jiddu Krishnamurti


(Originalmente publicado en VEIN #16, septiembre 2022)


Fue en marzo de 2021 -justo un año después de que el gobierno decretase el estado de alarma para hacer frente a la expansión de coronavirus- cuando el diputado de Más País, Íñigo Errejón, sacaba el tema de la salud mental en el Congreso. Ante su acertada intervención, el diputado del Partido Popular por Huelva, Carmelo Romero, le respondía de forma tan espontánea como desafortunada con un «vete al médico». Ambos, sin pretenderlo, estaban reflejando a la perfección la manera en la que nos hemos relacionado con nuestra mente desde hace siglos. Por un lado, la necesidad de afrontar aquello que determina nuestra existencia y, por otro, el empeño de negar algo tan intangible como evidente1. Desde entonces, la salud mental ha ocupado debates televisivos y portadas de revistas pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de salud mental?

Para empezar, debemos ser conscientes de la importancia que le hemos otorgado a las palabras, hasta el punto de que a veces son más relevantes que aquello que simbolizan. Por eso, para entender algo, es bueno empezar por el origen etimológico del término, tal y como hizo el físico estadounidense David Bohm en su libro La totalidad y el orden implicado (1980): «Es instructivo considerar que la palabra inglesa health (salud) procede de la palabra anglosajona hale, que significa whole (en inglés, «todo»). Es decir, estar saludable es estar completo, lo cual es aproximadamente, según pienso, el equivalente del hebreo shalem. De un modo parecido, la palabra inglesa holy (sagrado) tiene la misma raíz que whole. Todo esto indica que el hombre siempre ha sentido que su plenitud o integridad era de una necesidad absoluta para que la vida valiera la pena de ser vivida. A pesar de ello, generalmente ha vivido en la fragmentación desde tiempos inmemoriales».

Si salud es estar completo, ¿qué es lo que falla en nuestra mente? Decía Errejón que hemos normalizado el depender de medicamentos como el diazepam, el Valium o el lorazepam para que nuestra sociedad funcione, pero eso no es lo único que hemos normalizado. También hemos normalizado el tono violento y exaltado con el que hablan los políticos cuando tienen un micrófono delante, o el comportamiento de los colaboradores habituales de Telecinco o La Sexta, siempre al borde de un ataque de nervios, entreteniendo a base de peleas a una audiencia tan desequilibrada como ellos. Estos son solo algunos ejemplos mediáticos, pero en nuestro día a día podemos encontrar muchos más, y es que una sociedad enferma solo puede haber sido creada por mentes enfermas. Creemos que lo que nos pasa dentro (pensamientos, emociones) es un aparte. Esa fragmentación entre interior y exterior es lo que nos impide estar sanos.

Cerebro, mente, pensamiento

Tal y como lo define el diccionario de la RAE, el cerebro es «uno de los centros nerviosos constitutivos del encéfalo, existente en todos los vertebrados y situado en la parte anterior y superior de la cavidad craneal». Aunque a simple vista no es más que una masa viscosa, de ese órgano gelatinoso surge la mente como una propiedad emergente, a través de la sinapsis -contactos- de los millones de neuronas que lo forman con otras neuronas o células (efectoras o receptoras) que tenemos distribuidas por todo el cuerpo. Y aquí es donde empieza el lio. Más allá de las «junglas impenetrables» de nuestro cerebro, como lo describió Santiago Ramón y Cajal, considerado por muchos como el padre de la neurociencia, no sabemos lo que ocurre. Lo que sí sabemos es que nuestro cerebro está condicionado, tanto a nivel psicológico como biológico, por distintos factores, como bien explica la neurobióloga española Mara Dierssen: «Lo que hacemos, lo que comemos, lo que pensamos, cómo nos portamos con los demás, todo eso produce cambios en distintas áreas de nuestro cerebro».

Ese condicionamiento es lo llamamos cultura (conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época, etc.), y la cultura, a su vez, ha sido producida por nuestro pensamiento, por lo que la solución está en el problema. Para que nos entendamos, el pensamiento es ese movimiento constante en el que andamos inmersos veinticuatro horas al día siete días a la semana. La mayor parte del tiempo, ese movimiento oscila entre la confusión y el dolor, un dolor psicológico del que intentamos escapar de todas las maneras posibles: a través del alcohol, las drogas, el ocio de consumo y experiencias (viajes, conciertos, cine, deporte, etc.), la socialización constante o incluso el trabajo. Pero entre todo ese repetitivo ruido mental también es posible encontrar breves momentos de lucidez. Son los llamados momentos Eureka, en honor al griego Arquímedes. De esos momentos surge la creatividad, justo cuando el pensamiento se suspende y la mente entra en contacto -como un receptor- con una inteligencia que parece estar situada más allá de sus propios límites. 

Sobre lo espiritual en el arte (y en la ciencia)

Actualmente, el arte y la ciencia se entienden como algo no solo separado, sino prácticamente opuesto. Pero esto no ha sido siempre así. En la antigüedad, lo que movía e inspiraba ambos campos del saber era descubrir y dar respuesta a las grandes preguntas de la humanidad, por lo que compartían una misma función, un mismo objetivo. Sin embargo, hoy en día parece que hemos tocado techo en cuanto a avances relevantes se refiere (más allá de lo puramente lucrativo y tecnológico). Hemos olvidado que el verdadero progreso surge de una mente creativa, no de una que se limita a almacenar información como un disco duro.

Fue el filósofo estadounidense Thomas S. Kuhn el que introdujo una nueva forma de observar la historia de la ciencia en su libro The Structure of Scientific Revolutions (1962). Lo que Kuhn postulaba era que los avances científicos no habían sido producidos por la acumulación de conocimiento, sino por cuestionar lo ya conocido, generando así un cambio de paradigma, de ahí que diferenciase entre periodos de ciencia normal y periodos de ciencia revolucionaria. En el primero, la sociedad simplemente sigue un modelo determinado de pensamiento y metodología, buscando solución a los problemas dentro de un marco definido. En el segundo, uno o varios individuos se atreven a cuestionar las teorías dominantes hasta producir un cambio de percepción, como sucedió con Nicolás Copérnico, Isaac Newton o Albert Einstein.

El mundo del arte parece estar viviendo un estancamiento similar al que se genera en los momentos de ciencia normal. Si bien en su origen las diferentes disciplinas artísticas estaban más basadas en la acción, la comunicación, la percepción y las relaciones sociales (música, poesía, danza, teatro, pintura) a partir de la Revolución Industrial pecamos de un culto excesivo al objeto (disco, lienzo, libro, película), así como al artista o autor que los produce. Todo parece estar centrado en consumir los productos de las industrias culturales, en lugar de cultivar una mente verdaderamente creativa. Por lo tanto, la obra/personalidad es más importante que el espíritu artístico, entendiendo este como el vivir en contacto con esa inteligencia situada más allá del pensamiento.

Para salir de ese materialismo expansivo en el que hemos caído, vamos a tener que volver al espíritu; a la mente. La palabra arte, de hecho, viene de la raíz proto indo europea ar- que significa encajar, ajustar, «to fit together». En ese sentido, el arte es lo que pone orden a nuestra confusión mental, lo que ajusta lo de dentro con lo de fuera. Es inteligencia desplegándose en nuestra realidad objetiva. Por eso la acción artística debe volver a ser lo importante, no el resultado. De ese modo, también podemos llegar a tener una cultura más sostenible en todos los sentidos. Ni que decir tiene que esa creatividad no es solo exclusiva del artista o el científico, ese potencial está en todos, y en nuestras relaciones y conflictos vitales obra milagros.

Espiritual y religioso

El filósofo José Ortega y Gasset decía que la palabra religioso, del latín religiosus, significa escrupuloso, cuidadoso, «exactitud o rigor en el deber o en el cumplimiento de hacer algo». Lo opuesto, por lo tanto, es negligentia, «falta de cuidado». En ese sentido, los avances del progreso están actualmente en riesgo por nuestra propia negligencia: cambio climático, la guerra en Ucrania, etc. Hemos querido terminar con el culto y la superstición con otro dogma, el de la ciencia cierta, a costa de perder de vista lo verdaderamente importante, de ahí que hayan surgido otras necesidades que cubrir, las de índole mental, justo en el momento en el que nuestras necesidades materiales las damos por cubiertas (casa, ropa, alimento).

Dicen que la Europa protestante se alfabetizó más rápido que la católica porque la Biblia se leía de forma individual, no a través de una autoridad eclesiástica. Pero ese sentido protestante de la responsabilidad se puso en entredicho en la década de 1960 a través de lo que Theodore Roszak llamó contra cultura. Aquel movimiento falló en muchos aspectos debido a su ingenuidad e inmadurez, no obstante, también despertó un nuevo interés por la espiritualidad; nos abrió la mente. En su origen etimológico, la palabra espiritualidad proviene del término latino spitirus, que significa soplo, aliento, respiro. Y sin respiración ya se sabe que no hay vida. Por lo tanto, la verdadera espiritualidad no es magia, ocultismo o superstición, tampoco es pseudociencia o algo que se expresa solo a un círculo reservado de personas. La verdadera espiritualidad es el arte de vivir, de relacionarnos con el mundo, y ese arte no se puede aprender por obligación, practicando un ritual o en un viaje de ayahuasca, ese arte solo se aprende siendo verdaderamente religiosos. Porque la salud -en su totalidad- es responsabilidad de todos.

1Ha sido el estudio MINDCOVID, financiado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) del Ministerio de Ciencia e Innovación y coordinado desde el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Biomédicas (IMIM), el encargado de investigar la influencia de la pandemia en la salud mental de la población. En el análisis realizado entre 2020 y 2021, el equipo dirigido por el Dr. Jordi Alonso (investigador principal del proyecto) ha observado un aumento en los problemas de salud mental en comparación con el periodo anterior al confinamiento, especialmente entre los sanitarios.